miércoles, 19 de octubre de 2016

Javier Sánchez Durán





Aquella tarde sedienta
se me coló el regalo de la brisa fresca
que venía del río
Al principio solo fuiste
un pequeño e insignificante punto
sobre el horizonte.
A medida que te acercabas lentamente
se delimitaban tus perfiles
en blanco y negro.
Te hiciste toda luz
y te inundaste de colores.
Te aproximaste aún más
y se hicieron perceptibles
el negro azabache de tus pupilas
y la miel nacarada de tu piel.
Te aguardaba sentado en el banco
del viejo parque, junto al muelle,
envolviendo esperanzas en cartuchos
y bebiéndome el aire a grandes sorbos.
Y llegaste...
llegaste cogida del brazo del hálito fresco dela brisa
con los ojos repletos de claras miradas,
con la luz del crepúsculo disfrazada
de sueños anaranjados,
y con tus brazos abiertos al mimo de los pájaros.
...inmediatamente juntos, jugamos a los tactos,
a las caricias sublimes y el beso persistente....

...días, meses, años...
...y, después de tanto tiempo,
aquí andamos hoy conjugando nuestros verbos,
con las manos viajeras y los labios abiertos,
armonizando los juegos con los rizos del viento,
aquí aún estamos mirándonos en silencio,
conquistándonos la piel
y descubriendo nuevos puertos.




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